Hevi (Malandrómeda) y Javi (Dúo Cobra) carburan para el lado contrario del que sopla el viento. La tímbrica, las programaciones, las estructuras; todo reafirma que están buscando otra cosa dentro del género. Sin pajas con el virtuosismo; aquí hay mucho corazón, y lo experimental no es más que una herramienta. Prueba de ello es la inusual combinación de instrumentos en sus temas. Su obra captura el sabor de la electrónica no bailable de los 90, la sensibilidad de las bandas sonoras de los videojuegos en cassette, las tripas del delta blues grabado con un solo micro o la ausencia de límites en el rap clásico.
Fluzo nos lleva a compartir momentos de soledad, sexo deportivo, amores obsesivos y fiestas donde menear las cachas; sus líricas andan surcando un pequeño universo, con un imaginario que se repite como en el mundo de un autor de cómix. Léxico selecto y fonética acrobática desde la Galicia universal, aquella extensión que formaba el mundo antes de separarse en continentes y de la que aún quedan restos por ahí esparcidos, permitiendo encontrar un paisano en cualquier punto del planeta.
Con tan solo un EP homónimo y un sencillo (Lastre e oleada) publicados, Fluzo son capaces de llevar el chiptunes, los aparatos más bastardos del circuit-bending y la colección más potente de Casios modificados de la Europa no-civilizada bien lejos de su contexto, hasta bailar entre ritmos hipnóticos y programaciones que desafían la leyes matemáticas. Y es que es la hostia porque, con todo, en el fondo se trata de una historia harto espontánea. Para Fluzo lo natural es cuestionar las cosas.