Invita a múltiples escuchas (…) ROCKDELUX Juan Manuel Freire
De vez en cuando se dan casos en los que algún talento brilla tanto como resiste, va contra-natura y desafía cuanto los demás esperan de él. Casadelava es uno de esos casos. Durante años Ramón Ayala anduvo por el mundo de la música pero siempre de puntillas (primero como Färo-Dokument, después como Casadelava). Algunos conciertos, algunas maquetas, aunque en realidad no hiciera más que usar el género en busca de una catarsis propia, con tal de liberar unas historias que llevaban tiempo estancadas en su imaginación. Ahora, para nuestra gracia y pese su reconocido menosprecio por el fonograma imperecedero, esas canciones ven la luz. Al fin.
Fruto de su fascinación por la poesía mística del Siglo de Oro, por su espiritualidad y erotismo, uno debe otorgar a ‘Últimas canciones’ la dimensión de un sórdido susurro al oído, del estallido de la risa y del posterior brillo nostálgico y sexy en los ojos castaños de una mirada provinciana… Porque los hechos y lo confesional de estas piezas son anecdóticos, lo importante es el verbo. El compromiso de Ayala con la verdad. En ‘Últimas canciones’ este cineasta y músico de Barcelona hinca el dedo en las llagas de La transverberación de Santa Teresa, en la ‘Noche oscura del alma’ de San Juan de la Cruz, en las revistas El Caso y Cambio 16 pero, sobretodo, en la obra observacional de Frederick Wiseman (Paul Eluard en lo poético, Georges Bataille en lo erótico). Todo, con abuso y añoranza. Todo, al tiempo de enhebrar las cubiertas del diario de su propia adolescencia. Lo ha hecho sin caer en lo obsceno, con la pretensión de un mosquito, gracias a la sobriedad y la rima libre que aplican a su propia condición contemporánea. Luego la estructura de las canciones, su métrica, cadencia y armonía están a merced de cada narración, porque Casadelava es alguien contando algo a cámara, es palabra musitada, canción de antes.
No hay banda, no habrá siguiente álbum, ni presentación, ni concierto. Han quedado estas seis canciones. Las últimas de su carrera, las primeras para el gran público. Seis retratos caleidoscópicos entre la ficción y la exhibición, vitales y embriagadores con los que poder capturar un desvío de luz ante la persona amada (La conquista de las Galias), asistir, plano a plano, al recuerdo prosaico y trascendental de un viaje (Roma) o directamente flotar entre confetti (La fe).