En activo desde hace más de dos décadas y con una discografía que supera la decena de álbumes (presentando los cuales ha girado por Europa, América y Asia, actuando en nada menos que el Issue Project Room en Nueva York, el Centro Nacional de las Artes en Ciudad de México, el Ftarri de Tokyo, el DOM Cultural Center de Moscú, el Église Saint-Merry de Paris o el Auditorio Nacional de Música de Madrid), Miguel A. García es todo un referente en música experimental y arte sonoro, tanto por su obra como compositor, como por su carrera en la escena de improvisación electroacústica. Trayectoria durante la que el artista de Bilbao ha colaborado con nombres como Fernando Carvalho, Francisco López, Francisco Meirino, Ibon RG, Jean-Luc Guionnet, Juan Carlos Blancas o Seijiro Murayama, así como comisariado eventos y festivales tales como el Zarata Fest, el Hotsetan en Azkuna Zentroa o el mítico y extinto Club Le Larraskito. Carrera inmaculada, en fin, a la que ahora se suma esta obra ante la que nos encontramos. Un doble álbum con el que el artista euskaldún ha conseguido transmitir con lucidez el momento vital en el que se encuentra y dar forma a este artefacto artístico atemporal y genuinamente vanguardista, llamado «Littentula».
Como un moderno Prometeo pero usando como materia prima la documentación de sus propios procesos de captura (tanto para síntesis tímbrica, como para composición), en este nuevo largo García rubrica una íntima y atractiva invitación a la sublimación, mediante piezas que son abstractas por naturaleza y que ostentan una sensibilidad brutal. Estimulante envite, que ha sido orquestado pensando en músicos amigos de la talla de Garazi Gorostiaga, Enrike Hurtado y Garazi Navas, quienes han convertido sus partituras en una obra mayor que trasciende géneros y que se divide en dos volúmenes gemelos, unidos por una nueva belleza artificial concebida a partir de los genes del viejo mundo.
En el primer disco de «Littentula», García oficia como creador de un auténtico escenario sonoro, donde lo orgánico transmutado nos remite al ciclo de regeneración de la naturaleza. Los cuatro cortes que lo componen se desarrollan a partir de una métrica de los latidos intrigante, que logra estimular y ampliar nuestra percepción sobre la cara oculta de lo aparente. En el segundo, esa lógica pre-consciente termina derivando en una suerte de convulsión a cámara lenta, de espasmo ensordecido, velado, latente y extrañamente intenso, a través del cual llegamos a intuir que en el objeto de creación se manifiestan la aurora y el ocaso. Hermoso juego de espejos, con el que Miguel A. García plantea ante nosotros el doble opuesto intrínseco más esencial. La vida.