El vehículo que Dos gajos pilotan es una improbable mezcla entre el tren de mercancías que pasaba por Bakersfield y Nashville, y el Opel que condujera Syd Barrett. Del primero aprovechan la tozudez del ritmo constante… del segundo, el zanganeo residual de un tornillo suelto. Las maracas acompañan el ritmo de la maquinaria, induciendo pensamientos en bucle a los tripulantes. Marc Ribot, Elizabeth Cotten, Beat Hapenning… mambo, calipso e incluso Los tres sudamericanos.
Como voces en off, Juan Carlos y Esperanza cantan letras ensimismadas, circulares. No describen una sola imagen, un solo paisaje o narración externa; más bien transcriben el rumor de un pertinaz monólogo plagado de elucubraciones e incertidumbres. Como en pregones de son cubano o en estribillos de canciones infantiles, las palabras se repiten, las frases reaparecen con leves diferencias. Las dudas se recrean sin resolverse, varadas en insalvables huecos de la personalidad. Especialmente notable es el modo en que Dos gajos emplean la adusta voz de él y la precisa y brillante de ella, estableciendo una alternancia que, contra la convención, no sugiere una conversación entre dos personas: Aquí asistimos a la deriva afectiva de un único ente tratando de manejarse en una “sinrazón” en la que parece sentirse cómodo. Los cantantes son, en Dos gajos, puntos de vista.
Con las mínimas herramientas y una producción tan espontánea y natural como intrigante, a manos Rafael Martínez del Pozo (AA Tigre, La JR), el disco atraviesa la neurosis y el hastío adulto con humor, con un traqueteo saltarín e ingenuo. Toda una fórmula, solo igual a sí misma.
(…) Javier Aquilué