Disco Lehmitz

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Fase uno del confinamiento: Ezra Ortega (Le petit Ramon, Vyvian, etc) y Pau Julià (Manos de topo, Tarántula, Hijos del trueno, etc) se conocen en Barcelona, conectan y deciden soplar una pompa de jabón en pleno Barrio del Raval. Allí se instalarán y aislarán para componer durante meses un material que, por aquel entonces, desconocen a qué derroteros formales les conducirá. Superados los primeros meses de hibernación, Disco Lehmitz no solo ostentan un repertorio de canciones como el que ahora ve la luz en este álbum homónimo, sino que empiezan a ofrecer conciertos, sorprendiendo a propios y extraños con un directo irrefutable.

Grabado por el propio dúo, con la ayuda de Guille Caballero al teclado (Chaqueta de chándal, Surfing Sirles), este primer largo está concebido para bailar y cosas peores. Digamos que, sin tratarse de un disco de electro-pop al uso, la explicitud lírica de Ezra y la cáustica post-punk de la que el combo hace gala, nos llegan en forma de tortazo a mano abierta. Sin guitarras, pero con el groove de los bajos de Julià como bandera y un uso de la electrónica analógica tan granuloso como afilado, Disco Lehmitz debutan con diez temas que se suceden como un rodillo, que rezuman desinhibición, urgencia, descaro y, ante todo, iconoclasia.

Como toda obra que sobresalga por los márgenes del género y que rezume personalidad, a medida que se van sucediendo las escuchas, el disco poco a poco nos va descubriendo auténticos momentos de lucidez, gracias a los cuales podemos entrever una honestidad meridiana, que logrará cambiar nuestra percepción inicial. En efecto, lo irrefrenable y lo explícito se perciben en un primer plano, pero tras ellos se esconde una sensibilidad incipiente, que ilumina los temas desde otros lugares y que nos permite disfrutar de la dimensión genuinamente pop de estas canciones.

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