Todavía no habían dejado atrás las trece fechas de la gira de presentación de su debut, «Un camino corto», y el segundo disco de Pena máxima ya era un runrún en la cabeza de los hermanos Julián y Pablo Campesino. Para cuando el pasado mes de marzo estos dos ex miembros de Autumn Comets volvieron a peregrinar hasta los estudios de La mina, ese runrún ya había crecido y crecido para terminar desbordándolo todo en las sesiones de grabación, junto a Raúl Pérez. Fuera, nubarrones y calima. Dentro, sus nuevas canciones, este segundo álbum de Pena máxima que lleva por título «Crudo». Nuevos pasos hacia adelante que, al mismo tiempo, conducen también hacia un origen imaginario del proyecto.
Aparte de título del disco, el concepto de crudeza ha sido una especie de mantra que ha acompañado a Julián y Pablo durante la grabación de estas diez canciones a cuatro manos. Crudo, más crudo, más crudo todavía… En este nuevo trabajo de estudio Pena máxima han alcanzado la médula misma de su sensibilidad slowcore, la pura esencia de ese rock anguloso y distorsionado que, junto al particular realismo mágico de sus letras, les convierte en una rareza en la escena nacional.
Por el camino no han perdido intensidad, sino más bien todo lo contrario. Dos ejemplos: cuando «El monstruo final» llega a su colofón o cuando «Cruces blancas» se crece y estalla hasta tres veces, parece mentira que detrás solo haya dos músicos. En la catártica «Flores al entierro», se les une el cantautor canario Fajardo a los coros, anticipando el que será un nuevo clímax colectivo en próximos sus conciertos. «Crudo» es el tuétano de Pena Máxima… y tiene mucha sustancia.
