Daniel Ardura (Ensaña, Alado sincera, Sonio) compone canciones que, si bien participan del poema llevado a canción o del folk, lo hacen desde un acercamiento sutilmente experimental. Con dicción serena y ciñéndose estrictamente al mensaje, sin artificios, lo cual consigue suavizar cualquier sofisticación formal hasta hacerla resultar familiar e incluso pasar desapercibida.
Es la contraposición de estos dos principios -el riesgo estético, por un lado, y la sólida interpretación, por otro- lo que no solamente aporta equilibrio, sino que parece someter a las composiciones a dos fuerzas de intensidad similar, que actúan en distintos sentidos y que, de alguna manera, se contrarrestan hasta detener, congelar y capturar momentos específicos, como si de una especie de inmovilidad latente se tratara.
Instantes memorables todos ellos, en los que Ardura sabe medir el uso de la revocación semántica hasta hacernos dudar sobre sus propias referencias, supuestas confesiones y hasta el sentido u origen de los temas… lo cual da pie a una seducción casi hermenéutica que, verso a verso, crece con las escuchas. Es como si hubiera que unir los puntos, como si las canciones estuvieran formadas por pequeños detonadores que activan nuestro sentido de la elucubración y, aún aprendidas, siempre quedase algo nuevo por explorar.
